Te cito algunas cosillas
- No, el discurso no es que cualquier tiempo pasado es mejor: me gustan algunas cosas del pasado y otras no tanto.
- Efectivamente, lo que yo percibo es que estamos ante un cambio profundo, estructural, del modelo de automoción. Por resumir, enfrentamos a un conductor libre, que conducía un trasto muy mejorable, frente a un conductor prisionero de sus asistencias, que a cambio conduce un sofisticado electrodoméstico pluscuamperfecto.
Yo intento promover cierto espíritu crítico, porque en el camino a ese coche hiperasistido y pluscuamperfecto es evidente que perdemos muchas cosas, como creo evidente que nos cuelan algunas -o muchas- que ni tienen sentido, ni son necesariamente positivas. Ahí están los hiperexplotados conceptos de valor añadido y la terrible espada de Damocles de la obsolescencia programada, en torno a los cuales parece basarse la producción automovilística. Igual que es evidente que la evolución jubila a la tecnología antigua -por simple superación-, debería ser evidente que no es otro todo lo nuevo que reluce.
Y no se trata de oponerse a lo imposible, porque soy el primero que tiene claro que estos cambios son imparables, y que las tendencias están irremediablemente establecidas. Pero algunas sí se pueden frenar, o incluso detener, mediante el consumo: si tú me ofreces coches autónomos y yo lo celebro, me ofrecerás más, porque ganarás pasta con ellos. Pero si me ofreces autónomos y Te los rechazo, a lo mejor termino obligándote a que me ofrezcas otra cosa.
Si nosotros, como personas a las que nos gusta conducir y el mundo del automóvil, abrazamos con alegría una serie de cambios que a medio plazo nos perjudican, tendremos perdida la batalla de la conducción. En aras de la seguridad, de la ecología, de la eficiencia, de la coquetería tecnológica, de los valores añadidos o de la necesidad social de estar a la última. De lo que queráis, pero son piedras a nuestro tejado
- No, el discurso no es que cualquier tiempo pasado es mejor: me gustan algunas cosas del pasado y otras no tanto.
- Efectivamente, lo que yo percibo es que estamos ante un cambio profundo, estructural, del modelo de automoción. Por resumir, enfrentamos a un conductor libre, que conducía un trasto muy mejorable, frente a un conductor prisionero de sus asistencias, que a cambio conduce un sofisticado electrodoméstico pluscuamperfecto.
Yo intento promover cierto espíritu crítico, porque en el camino a ese coche hiperasistido y pluscuamperfecto es evidente que perdemos muchas cosas, como creo evidente que nos cuelan algunas -o muchas- que ni tienen sentido, ni son necesariamente positivas. Ahí están los hiperexplotados conceptos de valor añadido y la terrible espada de Damocles de la obsolescencia programada, en torno a los cuales parece basarse la producción automovilística. Igual que es evidente que la evolución jubila a la tecnología antigua -por simple superación-, debería ser evidente que no es otro todo lo nuevo que reluce.
Y no se trata de oponerse a lo imposible, porque soy el primero que tiene claro que estos cambios son imparables, y que las tendencias están irremediablemente establecidas. Pero algunas sí se pueden frenar, o incluso detener, mediante el consumo: si tú me ofreces coches autónomos y yo lo celebro, me ofrecerás más, porque ganarás pasta con ellos. Pero si me ofreces autónomos y Te los rechazo, a lo mejor termino obligándote a que me ofrezcas otra cosa.
Si nosotros, como personas a las que nos gusta conducir y el mundo del automóvil, abrazamos con alegría una serie de cambios que a medio plazo nos perjudican, tendremos perdida la batalla de la conducción. En aras de la seguridad, de la ecología, de la eficiencia, de la coquetería tecnológica, de los valores añadidos o de la necesidad social de estar a la última. De lo que queráis, pero son piedras a nuestro tejado